EL ZEN ES PARA GENTE QUE NO TIENE INTENCIÓN DE ABSTENERSE

Robert Doisneau - Marguerite Duras en Saint-Germain des Prés, Paris, 1955.

En todo lo que vivo o leo, me paso buscando indicios, huellas, del tipo de Zen que merecería todo ser humano en su sano juicio. Con el pensador español Fernando Savater a menudo no coincido en lo político. Pero desde los años 80 me interesa su forma independiente de pensar, pisando los juanetes de la corrección política a izquierda y a derecha. Entre varios tesoros, la lectura de Savater me acercó hace décadas a griegos y latinos: me hizo capaz de releer textos antiguos como urgentes novedades. Por no mencionar su ímpetu por disfrutar con aquello que molesta a según quienes. Porque, ¿a qué progre de los años 80 o 90 podrían parecerles presentables aquellas reflexiones suyas sobre el placer de presenciar carreras de caballos en Ascot? Desde el llano, Savater no miraba a la pista sino al palco; y, claro, redescubría tics y modos disimulados, en este caso de los hiper-pudientes. Este gesto de estirar la mano y gozar con lo que se ponga a tiro es característico del pensamiento y la vida de Savater. Siempre lo he visto como trasunto del Zen que me interesa (sin que para nada tenga que declararse tal: igual le horroriza leer estas notas mías). Desde mi época de estudiante extranjero en París, el interés y amistad del Savater por el vagabundo pensador rumano Emil Cioran acercaron mi estilo a lo que acabaría siendo un “camino en la vida” (¡vaya palabrota!).

El modo como Savater lapida el abstencionismo me parece interesante. Los dejo con un trozo del texto aparecido en el diario El País, el 13 de agosto:

En su Diccionario del diablo, Ambrose Bierce define al abstemio como “una persona de carácter débil, que cede a la tentación de privarse de un placer”. Los bebedores, que somos un grupo humano de excepcional tolerancia y amplitud de miras, no tenemos prejuicios contra los abstemios, pese a recordar que Adolf Hitler y Donald Trump figuran en sus filas. No se debe juzgar a un colectivo por sus miembros más defectuosos, tal es nuestro lema. De modo que nada tenemos contra quienes reconocen que no beben porque les sienta mal el alcohol, no les gusta su sabor, padecen dispepsia o se marean enseguida, lo que les lleva a conductas inapropiadas como cantar jotas o confesar desfalcos. Nuestro respeto y compasión fraterna para todos ellos. Pero a quienes no podemos aguantar es a los que para justificar su abstinencia calumnian a la bebida como fuente de todos los males imaginables, violencia familiar, accidentes de tráfico, acoso a vírgenes de ambos sexos, cirrosis, calvicie y otras plagas más. Estos vocingleros pretenden situarse más allá de todas las bodegas de la vida y miran por encima del hombro a quienes consumen plácidamente su aperitivo. No se dan cuenta de que confunden el uso con el abuso y consideran abuso a todo uso que ellos no comparten.

Solo queda agregar: ainsi soit-il.



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