DESEAR EL ZEN 10



--> Según entiende el Zen, la vida es lucha. Dicho así, podría parecer una idea salida de la pluma de Karl Schmitt, o de la sociología conflictivista clásica. Y en algún punto, ¿por qué no? Nuestro documento de identidad marca el número de años que llevamos observando todo tipo de conflictos y, de paso, padeciéndolos en carne propia. Si decidiéramos redactar la lista de agravios recibidos en la vida, tal vez no acabaríamos nunca. Tan cierto es que una sociedad empieza, prosigue y termina siendo un sistema apenas larvado de guerra interna entre modos distintos de agruparse amigos contra enemigos
Pese a todo, la especialidad del Zen se orienta en dirección distinta: no niega lo anterior, pero hace hincapié en luchas personales acaso más silenciosas, de esas que solo se desvelan a una mirada entrenada, como rictus apenas, gesto levemente esbozado. Sin rehuir lo colectivo, el punto de apoyo del Zen empieza y acaba siendo el ámbito individual.

El Zen es perentorio: para afirmar (sin avergonzarse) la importancia de lo común, considera (por método) que su práctica personal es condición de veracidad de creencias o acciones colectivas que considere oportuno emprender. Por eso, es típico del Zen que, sin solución de continuidad, a la vez acepte y critique las creencias y acciones que asume. Se toma la molestia de verificar si los hechos en los que se involucra siguen siendo tan justos como cuando se sintió convocado por ellos; y si las palabras con que hoy los justifica (u otros los verbalizan) siguen siendo tan certeras y convincentes como se suponía en un inicio. 

El impulso del Zen produce una combinación de solidaridad y desconfianza: por propia experiencia, un practicante de Zen sabe que los caminos se tuercen, las palabras se gastan y los mandatos o delegaciones solo duran un tiempo. La interdependencia y la libertad son tareas a recomenzar con mucha mayor frecuencia de lo que suelen sugerir la inercia, el convencionalismo o el sometimiento de tantísima gente. La práctica del Zen enfatiza que la persona no puede dormirse, o distraerse, o mirar hacia otro lado. Por eso, el Zen vertido en la práctica social fácilmente resulta molesto: por su rigor en no engañarse y no engañar, haciendo suya la exigente divisa de Michel Foucault.

Lo que nos ocurre a todos sin duda repercute en mi, de un modo que revela cómo me encuentro. A la inversa, lo que me ocurre a mi puede (tal vez) funcionar como piedra lanzada en un estanque: suaves ondas dibujan la lenta expansión del movimiento iniciado. 

¿Expresa algo de todo ello este street stencil al estilo del británico Banksy? Se trata de una hermosa pieza encontrada por ahí, en una esquina sin pedigree de Barcelona.

Alberto Silva


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