FIGURAS DEL GIRO. (1) NECESIDAD, CAMBIO, GIRO, EPIFANÍA



Con frecuencia me pregunto (y me preguntan) ¿qué sería lo propio del Zen?; ¿cuándo el Zen es oportuno?; ¿cómo llega a convertirse en aquello que nos corresponde, por ser precisamente aquello que estimamos necesitar?

Necesidad. El Zen puede apoderarse de alguien (y, en paradoja aparente, volverse su atributo) únicamente cuando anida en una necesidad reconocida por la persona. En la duermevela matinal o en momentos muertos del día protagonizamos pequeños o grandes eventos cruciales, de esos que James Joyce (estudiante de letras clásicas en su colegio dublinés) llamaba epifanías. Se los vive como súbitos fogonazos. En ocasiones como esas, parece que nos inunda un estallido de claridad. La percepción de que algo nos falta se clava como una lanceta. Su pinchazo es agudo, hiriente. Muchas veces no apunta a lo material (si lo tenemos mínimamente cubierto); tiene más que ver con algo que está en mi, pero no consigo distinguir con claridad. Algo que acaso se opone a lo que creo ser, o a lo que dicen que soy. Aunque no consiga explicarlo o ponerle nombre, estoy completamente seguro de que ese algo forma parte de mí: tal vez se trata de un reverso oscuro que no consigo delimitar, pero con el que de modo imperioso necesito amigarme. No es casualidad que al Zen se le considere un camino de conocimiento.

Un hecho es cierto: la necesidad funciona como acicate para buscar. Sentir el aguijón de la carencia clavado en las entrañas se vuelve una urgencia, una tozuda persistencia. No saber definirla o nombrarla desencadena una dinámica interna de transformación. En efecto, ¿qué buscar si no es algo de lo que carezco? O: ¿para qué buscaría si no quiero modificar? Eso que busco lo conoceré (y lo disfrutaré, anuncia de entrada el Zen) cuando note que empiezo a cambiar.

Aparece entonces la dimensión del giro (Jp.: ten), tropo clave del Zen. En las culturas del Este y del Oeste la retórica del giro abunda y es variada. Si visualizamos un giro, pueden aparecer imágenes de muy distinta orientación. Sirvan algunos ejemplos:
  - el dinamismo del trompo, la torsión de una bailarina, las contorsiones de Vishnu, bailarín cósmico del hinduismo, o las de un pai de santo de la Umbanda;
  - los huracanes demoledores del triángulo de Bermudas, o los tifones del triángulo inverso, en el confín de los mares de China y Japón;
 - sin olvidar la contumacia de los bueyes que mueven la noria, removiendo cada vez el mismo barro…para, así, moler grano o mover las aspas.

Se trata de imágenes inmediatas que apelan a la superficie de las cosas. Cabe resaltar que, para el Zen, lo superficial no implica nada peyorativo. Al contrario: lo exterior perceptible es soporte y punto de arranque (necesario, beneficioso, inevitable) de todo fenómeno humano (humano en/por sus manifestaciones sensibles: el Zen les llama shiki). Epifanía viene del griego fáinomai: aparecer, manifestarse. Se puede entender el Zen como herramienta al servicio de la epifanía.

Alberto Silva


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