FIGURAS DEL GIRO (4). SPINNERS, THROBBERS Y ENSOS



Este post esclarecedor es obra de Facundo Gerez. Típico del Zen: conversación, intercambio, entrelazamiento de lianas. Me deja pensando cosas: trataré de darles forma en otros posts de esta serie. Para quien no lo conozca, Facu es un joven (esto para que él sonría) y penetrante (esto por si no lo sabían) novelista, autor de Samsara (Eterna Cadencia, 2015). En cualquier momento nos lanza otro misil de gran alcance.


El fidget spinner (también llamado, simplemente, spinner) es una especie de pequeño triskel con tres rodamientos, uno en cada extremo, y un cuarto y último rodamiento en el centro que le permite girar sobre su propio eje.

El procedimiento es más o menos el siguiente: con una mano se sostiene el rodamiento central (arriba y abajo, pulgar e índice) y con un envión de parte de la otra mano se lo hace girar. Puede girar hasta dos minutos, en el mejor de los casos, cuando el spinner es de buena calidad. Originalmente –a raíz del foco y la embelesada atención que, se supone, despierta ver una cosa girando durante dos minutos. Se lo usó como un objeto para tratar a personas con autismo, estrés, ansiedades, depresión y demás patologías, pero el spinner finalmente trascendió las fronteras del tratamiento clínico y terminó transformándose, hace un tiempo, en un objeto masivo que fue furor entre grandes y chicos.

Furor comparable a lo que fue, en su momento, el trompo o el yoyó (o yóyo).

Cuántas cosas que giran, ¿no?

Si hay algo –por otro lado– que parece que no hacemos pero hacemos mucho, últimamente, es esperar. Sobre todo, delante de las pantallas de los dispositivos. Son micro-esperas que forman, si se contabilizaran, larguísimas esperas. Pero la cuestión es cómo esperamos. Porque la espera es una zona indeseada; y esperar solos, sin más, es una zona a evitar: es algo que los programadores de dispositivos electrónicos saben. Esperar si, pero sin desesperar.
Pero ¿cómo lo logramos?
Hay, claro, algo, también, para eso.
Algo –programadores y diseñadores mediante– para esperar y no desesperar: algo que nos calma la ansiedad de las microesperas: los célebres throbbers, esas imágenes animadas que a la vez que se mueven pareciera que nos dicen: algo está pasando detrás de la pantalla, en lo íntimo de los procesadores, ya todo se va a destrabar y el caudaloso flujo de la información va a volver a su cauce normal.
Los throbbers van desde el mítico reloj de arena pixelado en escala de grises que daba vueltas toscamente para un lado y para el otro en los Windows hace ya más de veinte años, hasta las barras horizontales que van y vienen hacia los lados, se cargan y se descargan, se completan y se vacían, como las luces del auto fantástico (knight rider). Sin embargo, últimamente, hace unos años, los throbbers que predominan son los circulares: los que giran, dan vueltas, se completan y desaparecen y vuelven a aparecer. Qué parecido que es este throbber (el más popular hoy: el círculo que pareciera que sí pero no, nunca termina de cerrarse) qué parecido que es al enso, ¿no?

Llamativamente parecido.
Una diferencia que podríamos señalar, a primera vista, es que mientras el trazo de un enso da como resultado siempre algo distinto (no hay dos ensos iguales), el throbber que nos muestra una aplicación o un sistema operativo –pantalla mediante– es siempre igual. Uniforme. Siempre el mismo. Pero la diferencia esencial entre enso y throbber quizá sea que mientras uno se produce, el otro se consume: mientras el enso implica la experiencia física de poner sobre el tapete cuerpo-mente a través de un trazo, de poner en juego persona y momento, contexto y presente, lo vivo en acto, el throbber, en cambio –programadores de dispositivos electrónicos mediante–, se hace solo: se inicia, se traza, se completa, desaparece y vuelve a hacerse y trazarse, solo, en las pantallas de los dispositivos, en un loop indefinido, sin nuestra intervención. Escindido totalmente del cuerpo. Con nosotros como meros espectadores y consumidores del circulito que gira y opera como analgésico (atenuante, asidero) ante el hecho indeseado y casi insoportable, diríamos, hoy, de lo peor que hay en la vida del usuario de dispositivos: la espera.



Facundo Gerez




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