FIGURAS DEL GIRO. (6) ENSO, ZEN, ANTROPOLOGÍA


Detalle del cuadro de Emilio Fatuzzo: 365 ensos

El enso, entonces, lejos de expresar un pliegue de teología budista pone de manifiesto los rasgos de una antropología específica del Zen. Podría decirse que cada enso busca explicitar, trazo a trazo, ciertos rasgos fundantes de lo humano, de acuerdo al kenge (“manera de mirar”) propia del Zen. De modo no exhaustivo, vayan los siguientes:

ASIMETRÍA (fukinsei). Aquello que por abreviar designamos como círculo, en realidad traza algo así como una naranja, forma curva que crea una forma reconocible en el espacio. Asimétrico es el cuerpo humano, como sabemos. Y asimétricas (por fidelidad a la persona) son artes japonesas tan notables como la caligrafía (shodo), los jardines secos (kare sansui) o la pintura al agua (sumie). La dignidad de lo humano se expresa en el inapelable realismo de lo asimétrico.

DESPOJO (kanso). La elegancia del trazo conduce a la sencillez del resultado. Implica sobriedad, pobreza voluntaria, una austeridad muy próxima a la que uno experimenta al sumergirse en el mundo natural. Un enso trazado desde la libertad trasunta la naturalidad (shizen) del gesto que encuentra sin buscar, que consigue sin premeditar.

PROFUNDIDAD (yugen). La bi-dimensionalidad del papel de arroz o de la seda se conjuga con la ubicua sugerencia propia de lo circular. Lo pleno se alía con aquello que llega hasta “el fondo”. Y el fondo de ese objeto visual vivido se proyecta en todas direcciones: hacia el abismo que desciende, hacia lo que asciende a las estrellas, hacia el adelante y el detrás del horizonte que nos rodea.

INCOMPLETUD (mushotoku). Un enso completa la figuración de lo humano por el hecho de nunca regresar al punto de partida. Lo propio de lo humano es no ser capaz de volver al inicio. El enso es un círculo que no cierra, porque no es capaz de cerrar ni está hecho para eso. Un enso que cierra constituye un error conceptual, con un efecto tipográfico confundente. El giro propio del Zen no se produciría si lo humano tratara de círculos cerrados. La figuración del Zen se decanta por círculos explícitamente incompletos que acaban formando elipses. Hace suyo este bello poema de Rilke: “Vivo mi vida en círculos crecientes que pasan por las cosas”. Lo grandioso e inimitable de la condición humana es que el oficio de vivir no acaba nunca.  Tampoco acaba el acopio de sentido de lo que uno piensa o escribe. Lo expresa Ricardo Piglia en “Un día en la vida”, tercero de sus “Diarios de Renzi”, cuando habla de “la imposibilidad de cerrar el sentido”. Para el Zen vida es, tomando de nuevo palabras de Piglia, “un borrador entendido como texto siempre reescrito e inestable, mal fechado, que no tiene fin”. Igualito que un enso.


Alberto Silva

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