FIGURAS DEL GIRO. (7) ¿CÓMO LO EXPRESA DÔGEN?



Lo planteado en esta serie busca ilustrar un único punto: el Zen constituye una herramienta para trasladarnos desde la visión-vivencia de la vida que probablemente hemos heredado a otra nueva, que el Zen considera natural, material, realista y profundamente humana. El asunto del Zen es el tránsito de la persona desde una percepción empobrecida de lo humano (sólido, rígido, pesado, lastrado y con tendencia espontánea a la inmovilidad) hacia una experiencia nueva (una humanidad ligera, volátil, flexible, proteiforme). No dejamos por eso de tener “estructura”. Pero la estática propia de un monumento cede ante la dinámica característica de la célula o el átomo. Ya que no habíamos escuchado a Lucrecio, necesitábamos a la biología contemporánea para recordar a los occidentales que la solidez no depende de la dureza o de la rigidez. A menudo ocurre lo contrario.

Si el Zen nos interesa, hay algo que conviene saber desde el comienzo: el molde o paradigma mental en que hemos sido adiestrados (la “tradición occidental”, de tipo dualista platónico o fixista aristotélica) hace difícil aceptar como argumento algo que, por suerte, se produce espontáneamente de acuerdo  a la naturaleza de cada persona: panta rei, todo fluye continuadamente. Y de acuerdo a las circunstancias que a cada persona le toca vivir y que expresa con el lenguaje de cada época, por ejemplo mediante spinners, yoyós o throbbers. De allí que una táctica de abordaje del Zen tal vez sería una que sigue los pasos siguientes: 1º) practicarlo, aprender a experimentar la vida como giro constante; 2º) verterla en las palabras sencillas que suscite a cada uno dicha experiencia amplificadora de la vida personal; 3º) desde esa verbalización, plantear una crítica frontal del paradigma fixista heredado, para irlo atenuando, neutralizando, disolviendo…

Por esos motivos, el giro enuncia un concepto fundante del discurso del Zen. Importa ver cómo lo plantea Dôgen, desde la etimología y la terminología.

Conviene destacar la identidad entre el término sánscrito asraya y su equivalente en la lengua chino-japonesa forjada por Dôgen. Lo traduce como eshin (“base corporal”) y lo utiliza junto a su sinónimo shinjin, “cuerpo-mente”. La vertiente somática Dôgen la conecta siempre a la vertiente psíquica; y en concreto a la expresión humana del lenguaje, como enfatiza con acierto Aigo Castro. En dicho contexto, el Zen practicado (zazen: “meditación sentada”) pasa a ser el instrumento para que la persona “gire”; o sea para que adecúe su dinámica a la de todo lo creado. El Zen, sostiene Dôgen, consiste en “girar la base”, reorientando la dinámica individual sin modificar su materialidad o sus componentes.

Dôgen se sirve del término sánscrito paravrtti, que vierte exactamente por ten, para desde allí enriquecerlo. De modo genérico, ten significa “transformar”, “girar”, “cambiar”, “moverse”. Aparece en los escritos de Dôgen detallando los contextos, características y resultados de dicho giro. El Zen hace girar las palabras (tengo). Incluso transforma el funcionamiento del cuerpo (tenshin). La condición que habilita a la experiencia de una vitalidad diferente, renacida (tenshin) es el cultivo de una “indagación exhaustiva y transformadora” (hensan), muy similar al sangaku (profundo estudio práctico) de que habla en en textos claves como Fukanzazengi o Zazenshin. El giro en la dinámica corporal y en su elucidación convocan un giro en el comportamiento (tenko), basado en una simplificación de creencias paradigmáticas, una desmitificación del mandato social y una desregulación con respecto al “habitus” adquirido.

Como vemos, el ten de Dôgen recuerda al clinamen de Lucrecio. Sin obviar una diferencia mayúscula: lo que en el romano es pensamiento, en el japonés es acción práctica. El Zen ofrece un camino concreto para producir en uno mismo el giro de vida deseado.


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