DESEAR EL ZEN 18
Para vivir el Zen en
plenitud (o sea: para vivir plenamente la
vida corriente) no es necesario ser oriental, hacerse monje, tener
estudios, aprender lenguas o esgrimir escrituras. Hace falta, en cambio, algo
más sencillo, aunque sumamente comprometedor: consagrarse -¡sí, sí!, con-sa-grar-se:
dedicarse con uñas y dientes, sostenían los antiguos- a perseguir, como fin único, la realización personal. El Zen busca lo
que Dôgen denomina alivio y disfrute, promesa si se quiere arriesgada
en cuanto al resultado eventual de la práctica meditativa. A muchos este panorama puede sonarles como un saludo a la bandera. O como mera proclama teórica. En todo caso, eso y no otra cosa es lo que promueve el Zen: escarbar la propia vida casi hasta lastimarse, clavarle los dientes bien fuerte al misterio escondido en uno mismo, para degustarlo. ¿Un proyecto así llega a resultar específico? Lo consigue siempre y cuando abarque la totalidad de la persona, en sus registros
individual y social.