DESEAR EL ZEN 21
Somos únicamente eso que
vivimos, aunque a veces esta simple verdad no nos quepa en la mollera. La
realidad material (inevitable) el Zen la vuelve hermosa, carnal, jugosa, fructífera
para la persona y su entorno. Lanzada al centro del estanque, una piedra dibuja
ondas que se esparcen, sinuosas, suaves: ¡es el prodigio del suminagashi!
Así obra el Zen: desde el
centro hacia afuera, en completo silencio, dejando que la forma se esparza por
el agua libremente y descubra cuál es su modo peculiar de manifestarse. Giacomina
Penette enseña un arte plástico japonés llamado suminagashi. Consiste en dejar que se tracen, en el agua, círculos que flotan y
producen formas arrancadas al vacío, colores dispuestos a entreverarse,
fronteras de líneas evanescentes y porosas. Todo resulta posible para un pincel
expresivo: todo consigue ser dicho sin hablar. El casi imperceptible rasguido del pincel se
transforma en grito que atemoriza las barreras y las invita a de a poco
desaparecer. ¿Qué otra técnica pintaría mejor la vibración íntima de una
existencia bien vivida?