DESEAR EL ZEN 29
Para la biología, nada más inevitable que la muerte. Para el Zen, y eso lo distingue de otras propuestas, lo inevitable es (está en) lo vivo. Uno mismo es eso inevitable. ¿Qué hacer entonces con lo que llamamos vida y que no es otra cosa que yo?
Si uno cultiva el Zen como es debido, acaba venciendo el temor al descontrol o al accidente, modos fulminantes en los que el abstracto y tedioso concepto de muerte adquiere la inmediatez de lo concreto (que es la cercanía de lo propio). Así se hace uno capaz de manejar situaciones en las que quedamos suspendidos en el vacío, agarrados a los vaivenes del juego de la existencia.
Solo que muchas veces no tenemos claro cuándo jugamos libremente al equilibrio y cuándo nos limitamos a temer que un descuido nos haga estrellarnos contra el suelo.
Alberto SIlva