DESEAR EL ZEN 80



No me preocupa dejar ver que soy un antiguo, que no estoy actualizado. El diseño perfecto de una silla Thonet no requiere diseñadores que la remocen. 

En materia de Zen, me gustaría ser lo que la banqueta Nelson es a la austera mueblería de mi casa: homenaje a una belleza certera transformada en parte de mi envoltorio cotidiano. Cuando deja de ser motivo de gozo (e incluso de percepción consciente), lo hermoso a veces se traduce en aceptación de algo inevitable, como un verso certero que hay que dejar tal cual: ¡No la toques ya más, // que así es la rosa!

Muchos no conciben, no entienden, no toleran la primacía de lo vivo, concretada en cuerpos imperfectos, concretos e inmediatos al punto de producir incomodidad: añejos, estropeados, ajenos al canon (y al salón) de belleza; en suma ¡feos! La reivindicación de una primacía de lo materialmente corpóreo la consideran escandalosa, como mínimo impertinente. En todo caso: disolvente y desagradable. 

Pulula en cambio un Zen dualista, esteticista y falsamente espiritual al que le cuesta tolerar lo viejo, achacoso y ajado. Pero este Zen también recela de lo joven deformado, maltrecho y abortado de sus posibilidades teóricas (especie frecuente entre muchachas y muchachos, a poco que observemos cuerpos en la calle, y no en las vallas publicitarias). Ese pseudo-Zen de "lo lindo" encaja bien con ofertas mezquinas y mundanas que, de modo abusivo, le roban al new age sus mejores banderas. 


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