DESEAR EL ZEN 90


Muchos no conciben, no entienden, no toleran, no se bancan, que la primacía de lo vivo se concreta en cuerpos imperfectos, a menudo con detalles extraños que a ellos le producen incomodidad: añejos, estropeados, ajenos al canon (y al salón) de belleza; lo que se dice ¡feos! 

La reivindicación de una primacía de lo-materialmente-corpóreo-venga-como-venga la consideran escandalosa, como mínimo impertinente. En todo caso: disolvente y desagradable. Como era de suponer, este no es un razonamiento explicitado: la corrección socio-política (primera etapa de la hipocresía: ocultar los verdaderos sentimientos por considerarlos "impresentables") lleva a callar un sentimiento sordo de desagrado con todo que oscuramente sentimos carente de alguna belleza que nos atraiga (salvo que sea Goya quien haya pintado unos viejos espantosos y entonces a todos de pronto nos parecen ¡recopados!: la segunda etapa de la hipocresía lleva a exhibir los sentimientos que "se llevan", aquí valorando "lo que toca" valorar). 

Lo que planteo es un estado de ánimo que pesa en bastantes personas. Como pesa la elección del barrio en el que vivir. Sin ir más lejos, la otra noche me dijeron: "no iría a vivir a tu barrio, está lleno de viejos" (esta tropelía ni siquiera demográficamente resulta exacta). Lo mismo me habían dicho en su momento en Buenos Aires. Solo que mientras allí vivía en un barrio de enriquecidos por el "uno a uno", la dictadura y otras tragedias patrias, aquí en Barcelona resido en un barrio de jubilados de lo que Marx hubiera calificado "aristocracia obrera".

Como reacción (¿espantada?) frente a la agresión que implica la mostración de cuerpos reales de personas estadísticamente vulgares y corrientes, pulula a cambio un Zen dualista, esteticista y falsamente espiritual, al que le cuesta tolerar lo viejo, achacoso y ajado; un Zen lo más exclusivo posible, que se acantona en cuerpos de gimnasio. Pero entonces ocurre que este Zen también recela de lo joven cuando viene deformado, maltrecho y abortado de sus teóricas posibilidades, especie frecuente entre muchachas y muchachos, a poco que observemos cuerpos en la calle y no en las vallas publicitarias (o a poco que conversemos con jóvenes comunes y corrientes). 

Una última cosa, nada casual: el pseudo-Zen de "los lindos" encaja perfecto con ofertas mezquinas y mundanas que, de modo abusivo, le roban al new age sus mejores banderas.

El Zen para lindos pulula en revistas (on line o no) de dieta sana y de ghettos de vida armoniosa. Dichas publicaciones representan, para la integridad individual, lo mismo que las revistas del corazón para las fantasías sociales de gente finalmente muy básica.

El Zen de los lindos se arriesga a dejar de lado "lo lindo" del Zen.

Alberto Silva

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