ALGO HUELE A PODRIDO EN DINAMARCA



Me llegan chiquicientas propuestas de explicación de aquello que nos pasa. Probablemente también a muchos de ustedes, tal vez parecidas, tal vez las mismas.

Sin duda “algo” pasa con nosotros, con nuestra civilización. Algo huele a podrido en Dinamarca, decía un Shakespeare clarividente. Ese hedor se le cuela a más de uno por las narices de un entendimiento sobre-estimulado. 

Mucha gente no se banca que algo no funcione. Por ejemplo: a los bonbu (los del sentido-común-no-ilustrado) les suele gustar que la cosa social  camine de forma fluida, anche automática, sin bulla, contribuyendo entre todos a la labor, con toda la obediencia debida que haga falta para que ainsi soit-il, OK, all right, amén. A personas de este tipo les parece menos digerible todavía no entender qué está ocurriendo ya que, si no entienden lo que pasa, menos pueden hablar de ello. ¡Aquí está uno de los quid del asunto!: no se trata tanto de resolver problemas sino de poder platicar sobre ellos, actividad que los complace, o al menos entretiene, sobremanera. No hay cena que falle si los convidados comentan memes sobre Trump, mientras se burlan de la menguada inteligencia del rubio plastificado que sabemos. Me pregunto: ¿somos de verdad más inteligentes que Donald, como ligeramente solemos dar por hecho?

En nuestro mundo aproblemado brotan pléyades de explicadores de aquello que no sabemos cómo ocurre ni porqué, pero conviene que alguien explique. Conscientes de que, ni en su momento ni siglos después, habíamos entendido del todo eso de la Modernidad; alertados de la dificultad de captar lo que vino después (durante un tiempo le llamamos Posmodernismo), ahora nos resignamos a asimilar en pocas semanas un salpicón de proposiciones sobre grandes procesos culturales del siglo XXI.

La búsqueda (ardua, laboriosa, esquiva como pocas: conviene no perderlo de vista) de una conciencia límpida sobre nuestro maltrecho zeitgeist la remplazamos por un emplasto de apotegmas ofrecidos a modo de fast food. Media docena de sesiones de 90’ y aquí estoy con mi diploma relleno y mi convencionalismo bien alimentado. ¡Ni mencionar la buena conciencia que siento al demostrarme estar concernido por lo que acontece! 

A las explicaciones cabe asociar motes resonantes. Era divertida La era de acuario, sobre todo con sonido de rock & roll y ropa alusiva a los hippies, en un clima de beatlemania bastante general (la verdad es que yo no era muy rolinga). La cosa empezó a ponerse seria cuando apareció ¿recuerdan? La sociedad líquida. Luego se le agregó La sociedad del vacío. Ahora nos asomamos a La sociedad de la pos-verdad, sin por eso dejar de fustigar a La sociedad del cansancio. Las costuras dejan hilos de sustantivos y adjetivos que meten miedo: Distopía, Sociedad de los no-lugares, Poshumanidad cibernética, Transhumanismo, Sociedad del cuerpo equivocado, Era fármaco-pornográfica. Todo en el contexto de unas Globalización y Antiglobalización que, ignorando el globo que precisamente las define, actúan como partes de una enigmática naranja.

Además de adosar una serie de rótulos al enigma (nominación esta que a ojos del público incauto los vuelve especialistas), muchos sofistas del chamuyo cultural global tienen coraje para descifrar cualquiera de los fenómenos en curso. Y, tal vez para que el público aproveche un siempre molesto desplazamiento al centro, ofrecen como bonus track los study cases que les pasan por delante. De modo que las mismas personas hablan, a la vez, de Oriente Medio y de Corea, del fenómeno Macron y las novias-juguete niponas, de Ciudad Juárez y Catalunya.

Los oyentes se retiran satisfechos del rendimiento de su inversión. ¡Al menos ahora sabemos qué nombre poner a lo que seguimos ignorando sobre el mundo; y sobre nosotros mismos, caídos de bruces en él!

Alberto Silva





ENTRADAS RECIENTES

DETRÁS DE MUCHOS MUROS ESTOY YO