BRASSAI. LA FALSA DISPUTA ENTRE SOMBRAS Y LUZ


Ayer visité una extensa retrospectiva de Brassai (1899-1984: estricto contemporáneo de Jorge Luis Borges, si no me equivoco). Fue un fotógrafo francés nacido en Transilvania (región disputada por varios países hasta la segunda guerra mundial; actualmente pertenece a Hungría). Como tantos otros, recaló en el París de la primera mitad del siglo XX e hizo del Sena -captado en esta foto desde el Pont Neuf- su modus vivendi y hasta encaje en el mundo, como le ocurrió a su paisano Émil Cioran. Estas circunstancia migratorias también me recuerdan a Paul Celan, Ionesco o Tzvetan Todorov.

En diversas ocasiones había estado en muestras sobre Brassai (la última retrospectiva data de hace casi 20 años). Fue célebre por ser fotógrafo de estudio de Pablo Picasso, así como memorialista de la vida artística de su época. Entre muchas anécdotas del atelier de Picasso (ya instalado en el Quai des Grands Augustins), me viene a la memoria la visita de "un rico estanciero argentino" (Anchorena), de aquellos que viajaban a Europa con la familia y una vaca en el barco para tener leche fresca. Brassai relata con ironía la soberbia del visitante, al que le iban aumentando el precio de piezas que deseaba llevar, a ver si de una vez se lo sacaban de encima.

No interesa ahora el consabido bodegón-con-personaje-argentino, que no puede faltar en ninguna historia universal del ridículo. Lo que siempre me pareció central del arte en blanco y negro de Brassai (hizo escuela y actualmente constituye un género y hasta una orientación estética) es la disolución de la falsa disputa estética entre la luz y las sombras. Brassai se dejó literalmente encandilar por la noche, ese lapso de vida colectiva y ánimo personal donde luz designa menos un adorno necesario y más un buscado contraste.

Con idéntica estética, el Paradiso dantesco cantaba una luz cuyo imperio solo puede ejercerse si sus rayos se velan con pálida y sombría transitoriedad. Brassai tomó el mismo camino que Alighieri, solo que en sentido inverso. La noche es el verdadero asunto del artista, su anécdota favorita. Ahora bien, ¿cuál sería el poder de la noche, de no ser por el débil resplandor de unas farolas que a un tiempo la realzan y la acotan? ¿O qué luna nos llegaría resplandeciente de no estar velada por algo que nunca sabemos del todo si era jirón de nube o rastro de neblina? Esta interrogante el poeta Bashô buscó responderla en numerosos haikus (con éxito relativo, según su exigente vara).

En Brassai, la noche adquiere los mismos atributos que en la mejor literatura japonesa: la noche es lecho, nido, cuenco, pocillo, regazo, sueño; receptáculo amoroso donde lo vivo se aposenta, se abandona, se deja, se remansa. La noche es el ámbito de la luna. Una noche así, una noche como esa, el Zen la transforma en vacío de una mirada que da forma a todo lo que existe, respira o vibra.

Instalado (como procuro) en la mirada del Zen, veo que son ¡tantos! los pensadores o creadores capaces de dar rumbo y lenguaje a miradas desde lo estrictamente humano, sin necesidad de bucles religiosos, teológicos o equívocamente espirituales. Brassai bien podría ser uno de ellos.

Alberto Silva

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