DESEAR EL ZEN 106


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"La vida cotidiana es el camino", afirma Sekkei Harada. Esta sentencia hay que saber entenderla: lo que llamamos "camino" lo vivimos como conciencia cotidiana,  o sea como algo que se tramita y se transita en la propia y cotidiana capacidad de volver consciente lo que uno vive. A su vez, mencionar "lo cotidiano" remite en cada caso a "lo inmediato". De modo que manifestar o producir "conciencia inmediata" (la cual incluye conciencia de lo inmediato), "eso" (para citar la definición de Eihei Dôgen), y no otra cosa, es "el camino".


De allí que una sutra tan venerable como Avatansaka se atreva a afirmar: "lo único que existe es la mente cotidiana". Este aforismo de fuente budista no podría ser más radical y valiente, siempre y cuando se midan sus implicancias. Porque la sentencia (aparentemente general y platónica) engloba toda la persona (cuerpo, mente, emoción, lenguaje, circunstancias). O sea: incluye "eso que surge" cuando decimos o pensamos el término "persona". En suma: "lo único que existe" es nuestro modo concreto de vivir en el proceso de hacerlo, una y otra vez, consciente. 



El Zen "hace camino" en una persona cuando "se solapa" (como un guante perfecto en imperfecta mano) o "encarna" (haciéndose carne de una carne) la forma circunstancial de la vida de cada cual …la cual "vida" traduce una figura mediante la cual se exhibe (en cada momento, en cada ciclo) el vacío potencial de una mente y un corazón vivos. 



Lo que de entrada parecía abstracto (véase como testimonio mi sinuoso razonar) puede volverse peligrosamente concreto y cercano (si es capaz de desencadenar una práctica). Tanto que cabe preguntarse: ¿estamos dispuestos a bancarnos algo que se sitúa tan al alcance de la mano? Porque, a veces, los dedos que tocan materia incandescente se acaban chamuscando.


Alberto Silva

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