UN APUNTE SOBRE EL DOLOR


Sabiendo exactamente de qué habla, alguien reflexiona y piensa: "Puedo escribir 108 razones para no doler. Pero un pequeño dolor asoma en cada fin".

Muy exacto (y bien dicho, a mi entender). En nuestra vida, el dolor siempre está ahí, como sombra que acompaña, que acota, que habilita incluso la posibilidad de una luz. ¿"Late el corazón"? Si.  Y a menudo late partido de dolor. A veces de cada día y cada hora, como cuando alguien querido se va de nuestra vida.

Pero hay algo más: el dolor incluye con frecuencia una parte de dolo (aquí viene en ayuda una etimología que ambos términos comparten en el latín tardío). ¿En qué consiste el engaño que se produce con ocasión de un desgarro? En hacernos creer que puede probablemente destruirnos, aniquilarnos. Si aceptamos esa premisa, significa que estamos decidiendo encerrarnos en el dolo del dolor. En dicho caso no nos faltan ganas de sumirnos, de sumergirnos en él, hasta que nos ahogue y nos haga desaparecer. Hasta que la muerte nos reúna, podríamos fantasear, con tal de zafar de una angustia casi insoportable.

El Zen logra (cuando lo consigue) ir mudando el dolor en sufrimiento. ¿Cómo entender esto? El Zen practicado (o sea el zazen, un artilugio que no está hecho para comodones, dubitativos o temerosos; conste que hablo en general, nunca mando indirectas) consiste en encarar cada vez el dolor (una y otra vez, en cada ocasión, sin falta, ¡ya!). Si, si, ponerle cara, dejarlo salir de su lámpara aladínica y manifestarse como idea y emoción, permitiéndole ocupar el lugar que le toca en el espacio. A base de zazen, a ese malsano gas presurizado lo dejamos expandirse en el territorio de nuestro cuerpo. De a poco el fluido correoso empieza a sentirse trasfundido en el latir de un corazón que, a pesar de todos los pesares, sigue latiendo. Y el guiñapo de persona sufriente que somos (porque así nos sentimos, con razón al principio) empieza a encontrar equilibrio, sosiego, energía suficiente para bajar y decantarse en un punto de apoyo con el que antes tal vez no contaba.

Así, el dolor puede ir mutando gota a gota en sufrimiento. La falta, la ausencia, la herida, la muerte: no nos las quita nadie. Pero en el duelo de ese sufrimiento empieza de pronto a colarse algo que (aunque parezca frívolo o escandaloso decirlo) expresa la alegría de una completa desnudez. Por cierto: la serena desnudez es una situación que en el Zen acaba provocando alivio y disfrute. "Alivio y disfrute": es con estos términos que Eihei Dôgen concibe el trabajo del zazen. Trabajo de parto, trabajo de duelo, trabajo productivo en cualquier campo, trabajo para hacerle hueco otra vez a la vida. La práctica del zazen es un trabajo, vale decir una decisión de obrar en favor de la vida.

Alberto Silva

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