DESEAR EL ZEN 108


En las letras japonesas, la "Historia de Heike" (Heike Monogatari) es el cantar de gesta proverbial del medievo nipón. Su voluminoso texto narra proezas guerreras, combates a muerte y la insania consabida de MAD (mutual assured destruction) entre clanes opuestos, rivales por motivos a veces relevantes, otras reducidos a desavenencias tan futiles que a los mismos personajes les cuesta recordar. El Heike Monogatari ha contribuido a dar de Japón la idea (no falsa, pero deformada) de sociedad repleta de peleadores obstinados sedientos de morir con tal de defender honrillas mancilladas. Viví quince años allí. Vi muy poco de lo que cuentan los amantes de un Japón estoico y samurai, fuera de la propaganda oficial (y del previsible oportunismo turístico). 

Así y todo, el Heike Monogatari igualmente vale la pena, por motivos literarios: creó un imaginario que se sigue manteniendo tenazmente, mérito nada menor de una escritura. La Historia de Heike destila el sabor agridulce de lo heroico, la atracción fatal de la hazaña imposible, el abrazo tibio de la muerte. 

Los primeros renglones del Heike Monogatari se refieren a la destrucción de Kioto, en 1185. El texto se detiene a escuchar el gong de 108 campanadas del templo de Kenninji, en el barrio de Gion. Lo que por fin me lleva a lo que quería decir: 108 gongs de sosegado y penetrante sonido van absolviendo, uno a uno, los 108 pecados de la meticulosa casuística del budismo de entonces, tan escolástico (y adocenado) como dominante en la escena espiritual japonesa. 

¡Mucho hay que pecar para reunir 108 motivos! Resulta exagerado. Así y todo, resulta atractiva la idea de un sonido que crea vacío, un ámbito insondable en el que resulta posible recomenzar. Este es el motivo por el que releo con gusto el comienzo del Cantar de Heike. Sumamente humana es la intuición de unos pasos (aquí numerados hasta 108) que conducen a la metanóia, transformación que propicia un giro personal completo, pero sin abandonar este mundo. 

La abrumadora música del noise contemporáneo construye vacío desde el bullicio: ¿por qué no concebir la creación de un ámbito redentor desde el barullo de las palabras y obras que nos han sido impuestas? Allí es donde veo pleno sentido a la costumbre de numerar los pecados. En el badajo que golpea percibo los latidos urgentes de un bronce que purifica.

Llevado por el sonido de la campana del templo central del antiguo Kioto (que por cierto recorrí centenares de veces), dejo que el anuncio inicial de 100 entradas de la serie "Desear el Zen" se extienda hasta 108. Aquí acaba un retazo de vida y escritura para que en su momento aparezcan otros. Es esta una forma de anunciar un final y a la vez un nuevo ciclo.

Porque no hay recomienzo si no prosigue un término anunciado y cumplido. Así funciona el Zen. Así es la vida.

Alberto Silva

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