ZEN: ¿"ARTE DE VIVIR"? MEJOR: "OFICIO DE VIVIR"


¿Qué hacer con el Zen que descubrimos en nosotros o que nos llega propuesto desde afuera? Para dar respuesta a la pregunta propongo desarrollar esta serie: Zen y el oficio de vivir. ¿De qué trata una apuesta que podría durar varios meses?

El Zen se propone corporizar (dar-cuerpo-a) una arriesgada consigna del poeta Cesare Pavese. El italiano experimentó su propia vida (y percibió la ajena) como tarea, oficio, labor a veces sencilla y otras veces posible a fuerza de sangre, sudor y lágrimas. Según el Zen, lo que llamamos vida "se consigue" y la palabra "se conquista", dicho al modo sin ambages del patriarca Dôgen.

En el Zen existe por supuesto mucho "arte". En el contexto del Zen, todas las artes (performáticas, plásticas, musicales, literarias, etc.) hacen acto de presencia de modo caudaloso: para comprobarlo basta con repasar la historia de la cultura japonesa. Pero "el arte verdadero" (tomo prestadas palabras de Shakespeare en Love Labour's Lost) sólo se alcanza cuando el compromiso mental consigue entrelazarse con una práctica radical. La cosa deja de ser entretenimiento para snobs deseosos de una tramposa "vida sana" (engañosa cuando no se atreve a salir del coto cerrado de un bienestar mediocre). Sólo cuando sale a la intemperie el Zen se vuelve una apuesta vital capaz de abarcar todo lo humano.

Cabe reconocer que muchos se sirven de la teoría del Zen como si fuera un argumentario, o de la técnica del Zen como simple calmante. En cambio, el Zen practicado (zazen, meditación sentada), si se lo acepta hasta sus últimas consecuencias es muy empeñoso, se muestra hecho de polvo y barro, da por sentados el esfuerzo y la dedicación, no se distrae con meneos elegantes o gestos mundanos. El Zen practicado se vuelve un oficio que desborda las fronteras externas y nos vuelve críticos ante poses falsamente Zen. Rebasa también las fronteras individuales, lanzándonos a la conquista de lo que se denomina el verdadero yo, en otras palabras: alivio y disfrute de lo humano desde el tránsito y la insubstancialidad.

Para que valga la pena, al Zen se le exige arremangarse a fin de emprender una limpieza a fondo de ideas y prácticas recibidas y defendidas. El Zen debe plantear una verdadera metánoia, conversión llevada a cabo combinando tesón y ternura. Como quien saca lustre a una escultura de cobre que se había visto opacada por el polvo y la lluvia, manchada de caca y pis de pajaritos, sumida en la invisibilidad de aquello que (por hábito o aburrimiento) ya no conseguíamos distinguir.

Alberto SIlva


ENTRADAS RECIENTES

DETRÁS DE MUCHOS MUROS ESTOY YO