ZEN ES CUERPO (MEJOR NO OLVIDARLO)


El zazen (vale decir: el Zen practicado) empieza y termina en el propio cuerpo.

No empieza o termina en el propio zafu. Ni en la ropa especial que nos ponemos para practicar. Ni en la sala o el local donde nos sentamos. Ni en ese tiempo que decidimos dedicar a nosotros mismos (como algunos dicen). Ni en la persona que nos convida, nos convoca o nos da la charla (o la lata). Ni en ciertas imágenes con las que a veces jugueteamos, en las que por arte de magia nos transformamos en animalitos ajenos a todo sufrimiento, o en aviones a punto de despegar (décoller, take off) del polvo y el agua que son nuestro medio ambiental y mental.

El supermercado de ofertas espirituales está lleno de ideas descorporalizadas sobre la práctica. Y lo que es todavía más serio: está lleno de prácticas descorporalizadas que maquillan con tips y tics algo que quisiera parecerse al zazen. Abunda la gente que supone que para vivir el cuerpo basta con pensar el cuerpo, o hablar del cuerpo, o leer sobre el cuerpo (actividad de moda en ciertos ambientes).

Antes de vivir la experiencia del zazen hace falta como mínimo atisbar la experiencia del cuerpo: eso tan concreto e ignorado en su proximidad, eso que es sublime y a la vez ridículo, alternadamente glorioso y penoso. Nada tan real como aquello que (a cada momento) a uno le revela el cuerpo.

Zazen vendría a ser escuchar al cuerpo. Para saberse portador de humanidad. Y para, por así decir, redimir dicha condición mortal, con alivio y disfrute de la vida que en cada latido generamos.

Alberto Silva

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