ZEN Y EL OFICIO DE VIVIR 10



Como decíamos ayer...

Desde la práctica (o sea: desde el contraste que ese objeto denso y triangular crea sobre su fondo blanco) se afirma que el Zen se torna instrumento capaz de cambiar la vida; lo que muchas veces no es lo mismo que simplemente cambiar de vida.

La diferencia parece sutil, pero resulta decisiva. Importa remozarla cada día (en todo caso cada vez que uno se sienta). Merece la pena repetirla en voz alta, si se busca cercanía con la fuente de la vitalidad (myomyaku). Conviene hundirla en la sesera: como clavos minúsculos que inserta un zapatero, paciente y silencioso, con martillo de cabeza pequeña: da golpecitos breves y medidos, busca no dañar el cuero liso y duro de las entendederas, aunque atreviéndose a penetrarlo hasta el fondo, sin remilgos.

El asunto del Zen consiste en captar que no existe cadena causal o continuidad forzosa entre las modificaciones circunstanciales que cada cual opera (por profundas que parezcan) y el giro que se produce en ocasiones. Suele haber (y cabe que ocurra con frecuencia) una relación de contigüidad entre ambos términos, una política de buen entendimiento, una estrecha colaboración. Al practicar, la persona allana el terreno ("remueve las raíces", dicen los japoneses: nemawashi). Pero, ¡ojo!: el viento que arranca un árbol de raíz sobreviene, como el Zen, de manera imposible de pronosticar; ocurre de una forma que llaman impensada

Podemos resumir la dinámica triangular del zazen  (meditación Zen). Al banquete de la contemplación concurrimos con shiryo (la mente en su estado actual, manifestada de modo libre...y necesariamente superficial) y fu-shiryo (la no-mente, un dinamismo o elemento que se entrelaza por el hecho de poner la atención en la respiración, de forma continuada). A la hora de los postres, saciadas las expectativas y exigencias, en situación emotiva y mental de desinterés (mushotoku) tal vez adviene hi-shiryo (la sin-mente): la sacudida, el arrebato, el enthousiasmós, la flotación en una nada que nos habita unos instantes. Instantes que de a poco aprenden a prolongarse, a establecerse en nosotros, hasta abrirnos a un modo distinto de conciencia. 

No es que hi-shiryo tenga que llegar al final del acto meditativo (como en el acto amoroso se dice que ocurre con el orgasmo masculino). Puede estar desde el comienzo y quedarse destilando gota a gota su gozo (como la copa de vino de esta foto de Chema Madoz, sólo que vaciando de modo invisible su contenido).

Ver para creer. O, dicho a la manera del Zen: se trata de algo a comprobar en/por propia práctica.

Alberto Silva

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