ZEN Y EL OFICIO DE VIVIR 14



DIEZ APUNTES SOBRE LA DUDA 

1) IMPERMANENCIA
En cada uno de nosotros convive lo que puja por ser y lo que (por hartazgo o rutina, por fracaso o por miedo) quiere dejar de ser. Lo naciente se entrelaza con lo mortecino. En siete años, un cuerpo renueva la totalidad de sus células (según sostiene la biología). Al cabo de cierto tiempo también son otros nuestra sensibilidad y lo que designamos como emociones. Incluso bien distinto resulta el lenguaje con el que "decimos" (o dejamos que otros digan) lo que consideramos relevante. 

Al mismo tiempo, y contrariando lo anterior, nos ocurre desear (¿sentir? ¿anhelar? ¿imaginar?) seguir siendo los mismos: si no idénticos, al menos idiosincráticos y, para hacerlo posible, si hace falta idiotas. De puro temor a evaporarnos en lo mudable y transitorio soñamos con cualquier unidad, al precio que sea. Nos parece justo reclamarla como individuos y colectivamente. Queremos tener las cosas claras.

2) ENGAÑOSO PAR DE OPUESTOS
Por error, ambas dinámicas se plantean como excluyentes. Esto ayuda a confundir las fronteras de lo que consideramos ser "nosotros". ¿Lo somos tanto como sostenemos? 
- El paso del tiempo hace dudosa la certeza de que exista algo del todo cierto o del todo imperecedero (Wittgenstein nos instruye al respecto): titubeo y vacilación se vuelven troncales en la persona, lo que a muchos plantea problema. 
- Vistas las cosas desde la acera de enfrente, la vacilación facilita una vía de resolución para algo que el Zen considera falso problema: la ilusión. La duda es una situación que el Zen considera propia/propicia del devenir humano y, por eso, sana y expectable. ¿Qué somos? ¿cuánto, cuándo, cómo y dónde somos lo que somos? La ilusión (maya) más bien radicaría en eludir la incertidumbre, por ejemplo persiguiendo (estérilmente) una iluminación permanente, homogénea, sin marcha atrás. 

3) LO POSITIVO DE LA AMBIGÜEDAD
El Zen afirma que la vacilación y la duda pueden no ser algo angustioso sino, al contrario, antídotos estimulantes contra el adormecimiento.  

Cuando por circunstancias de la vida sentimos que nos hemos metido en un impasse, que no entendemos lo que vemos o no sabemos dónde estamos, el Zen puede surgir como puerta de salida. Su práctica permite elaborar (y madurar) cuantas preguntas espinosas nos acosan: nos lleva a vivir sin agobios esa condición (más habitual de lo que reconocemos) con sentido de desprendimiento y tomando la distancia necesaria. Así, una dosis de ambigüedad (tal es, en cierta forma, la duda) nos aproxima al Zen, nos empuja hacia el Zen. 

Podría decirse que el Zen crece en el caldo de cultivo de una "duda metódica" sobre lo que sabemos y no sabemos, sobre lo que parece, aparece y desaparece, como en esta foto de Daido Maruyama, donde todo se revela sin por eso dejar de ocultarse. En tan vertiginosa situación, nos sentimos niños que manotean buscando protección ante el peligro. Cuando el Zen actúa, las cosas puede que se aclaren. Ahora bien, entendamos que el Zen actúa a su modo: no ocupa el lugar de padre fantasmático, escondido más allá de cualquier demanda; se limita a afirmar que adulto es quien acepta lo no inmediatamente comprensible, aprendiendo a gestionar lo incierto.

4) LA DUDA CARTESIANA
Es lógico preguntarse: ¿la duda del Zen se parece a la de Descartes? El pensador galo llevó a las últimas consecuencias su método de razonamiento: pienso, luego existo. Esto la tradición occidental lo acepta de a ratos y a regañadientes (à petite bouche, dirían los franceses). Lo ensalzan, sí, para dejarlo a continuación a merced de una jauría de escribas que lo persiguen (los hiper-modernos de turno): no ha faltado siglo sin que intenten destripar al que consideran adalid del fanatismo racionalista (en los ratos en que el racionalismo le parece al Oeste despreciable). 

Descartes es de los que se atrevió a decir en voz alta: le roi est nu. Aprendió por experiencia que alguien encabalgado en el pensamiento dominante (el occidental), si de alguna forma sostiene o se le escapa que nuestro karma pensante es unilateralmente racionalista, al final será lapidado por hereje, a manos de quienes cojean del mismo pie pero no se atreven a decirlo: prefieren destruir a quien ose insinuarlo. El Discurso del Método funciona como espejo de un modo extremado de racionalismo que llega más lejos que el nacionalismo francés: es la imagen misma del problema y a la vez un procedimiento apto para su falsa resolución. Funciona como un pensar que descubre, enroscado en otro que vuelve a encubrir, de nuevo como la foto de Maruyama. 

5) ¿ALUMBRAR O REPRIMIR?
Siempre ha existido un pensamiento atrevido que "explicita" (como propone Slöterdijk). Y sigue habiendo otro adocenado y cobarde que "implicita" (volviendo invisible lo que debiera declararse abiertamente). El cartesianismo realmente existente se las ingenia para representar al mismo tiempo a ambos. Cierto que el filósofo buscaba no engañarse y no engañar. Pero como usaba sólo la razón razonante, dispuso de un bagaje incompleto (o poco adecuado) para su larga travesía.

Cuando egregios pensadores de cada periodo dictaminan que el discurso de Descartes hace aguas, se van al otro extremo de la ignorancia. Hoy día, por ejemplo, está de moda decir cosas intensas y entonadas sobre "la experiencia"poniendo la razón instrumental en cuarentena. Sin embargo, muchos que dicen pensar la experiencia la entienden como mero suceso de la mente (y siguen prisioneros del esquema cartesiano que denigran). Ya se ve que no soy cartesiano, simplemente señalo un caso de oportunismo. 

6) MARTIN HEIDEGGER
Heidegger, sea dicho con respeto, abrió la caja de Pandora al hablar de un salto (sprung) que en su vida pospuso y pospuso, hasta que falleció sin decidirse a darlo. Cabe preguntarse cómo vivía la expectativa de una acrobacia siempre a punto de producirse y nunca resuelta. El maestro de Friburgo y Marburgo pescó al vuelo un brinco, anterior, que llevaba años anunciándose como zeitgeist del norte de Europa. Dicho salto (springet) había conseguido materializarlo Kierkegaard, quien perdió unas cuantas plumas en su atrevido vuelo. 

Porque eso suele pasarle al que escarba en el abismo de la existencia: el sol y la muerte no pueden mirarse con la pura mente. Se necesita circunloquio, voyeurismo, hipótesis, imaginación, poesía, astucia, "ángel" diría Lorca (además de mucho estudio), si se quiere abordar a fondo lo que una persona experimenta.

7) HABLAR "EN" LA EXPERIENCIA
El Zen aspira a "pensar la experiencia", en un sentido doble. Lo primero que se nota del Zen es que habla "sobre la experiencia" (crónicas de iluminación, instrucciones, procedimientos). Pero, sobre todo y antes que nada, lo que lo caracteriza y cualifica es crear un habla "desde la experiencia". En pocas palabras, el Zen o es pensar en el seno del acontecimiento, o sencillamente no es (decir experiencia del Zen significa referirse al evento siempre augural de la práctica del zazen, meditación sentada). 

8) DUDA GENERALIZADA
Por lo dicho, en el Zen la duda nunca se limita al plano racional. Básicamente porque todo acontecimiento es ambiguo. La duda se produce, se manifiesta, se expande en el conjunto de la persona, como dejan de manifiesto los referentes japoneses (por ejemplo Hakuin, en el siglo XVIII). El Zen motoriza una duda generalizada sobre el cuerpo, sobre la mente, sobre las emociones registradas, sobre el lenguaje. Plantea una sospecha que abarca a toda la persona, sin dejar de entenderla como entramado inseparable de cuerpo-mente-emoción-lenguaje. Manifiesta una hesitación sobre la propia idiosincracia, o sobre lo que uno ve cuando se mira al espejo. Una perplejidad ante los roles, la herencia recibida o el sentido de las palabras que la gente toma como sagradas o importantes. Ampara ese cuestionamiento de todo, buscando hacerlo productivo. 

9) ALGO/ALGUIEN TE SOSTIENE Y CUIDA DE TI
Se suele decir que, si el Zen es algo, ha de ser paradoja. Por eso, y aunque suene a disparate, en el Zen la duda no ofende. Tanta duda desatada --desatada con plena conciencia de que "atraviesa" (katto) de cabo a rabo a la persona-- la acaba conciliando y reconciliando, sólo que sobre nuevos asideros. Practicante de zazen es aquel que decide, como un solo hombre, perforar el biombo de las falsas evidencias, descorriendo velos que le impiden ver que, detrás de lo que (a)parecía, ¡no hay sustancia! 

A pesar de lo cual, cuando tiene que compendiar qué es Zen, Dôgen dice que es "algo/alguien (dare/tare) que te sostiene y cuida de ti". En la duda, con/por la duda, y más allá de la duda, lo que a uno lo sostiene según el Zen no son dioses, escrituras, instituciones o personas salvadoras. Lo que sostiene es la aceptación, la comprensión, la amplificación y el desarrollo del propio ímpetu de vivir. O sea que finalmente es uno quien se sostiene a sí mismo.

10) DUDAR ES PERSISTIR PREGUNTANDO
¿La duda angustia? Permite remansar el desasosiego, pero no en lo maravilloso sino en lo dramático de cada uno, que es lo vivo, lo que late desnudo.
¿La duda enloquece? Ayuda a atravesar con lucidez el muro opaco de las apariencias, sacudiendo la modorra de las verdades consagradas.
¿La duda empobrece? Desnuda por completo, para luego revestirnos con protectora luz brillante. 
¿La duda aísla? Vuelve crítico e inconformista, a fin de redoblar el impulso de pertenecer a una humanidad renacida, luchando por reconquistarla. 

¿Cabe hablar de modo irrefutable de un proceso como el Zen, de suyo torrencial y turbio y que sólo procura registrar y asimilar la energía que genera y difunde? Si fuera la promesa de alguien, cabrían muchas dudas. Si en cambio se plantea como forma de relacionarse con lo vivo, de modo de corromperlo lo menos posible y orientarlo hacia el "disfrute" de los trabajos y los días, entonces dan ganas de arremangarse.

Alberto SIlva

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