PENSAR DESDE UN LUGAR DIFERENTE


¿"Pensar el Zen" significa abordarlo únicamente desde un lugar "filosófico"?

Según el Zen, tal no ocurre forzosamente y, sobre todo, no ocurre únicamente en un formato que usualmente se considera filosófico. El Zen suscita un tipo de pensamiento que a menudo incomoda a sus interlocutores (como cuando afirma: "Zen es Y no es filosofía"). Pero que nadie imagine que dicha postura deja de ser incómoda también para el propio Zen (como personalmente resulta ingrato dar una opinión sobre organización doméstica si alguien nos la solicita en casa ajena).

Como pastilla de jabón en la ducha, el discurso del Zen a menudo resulta resbaloso, deslizante, difícil de apresar. No se deja abarcar, aprehender, porque de alguna forma es un "pensar" en segundo grado, un "comprender" a partir de experiencias de vida que encuentra ya instaladas (a veces desarrolladas) en los códigos expresivos que aportan quienes practican zazen: códigos lingüísticos (prosaicos, narrativos o poéticos) y no lingüísticos, plásticos, escénicos, musicales, identitarios, políticos, culturales. En suma; "dramáticos": vale decir propios de una acción o actuación en la que a cada uno le va la vida.

Así por ejemplo, un practicante de zazen que es bailarín tiene conciencia que el Zen lo interpela en tanto y en cuanto le exige desarrollar un modo de expresar su vida-en-el-Zen mediante instrumentos idóneos (jap.: hoben) compatibles con, llamémosle, su especialidad. Lo mismo he observado que ocurre con escritores, pintores, escultores, músicos o actores; por no hablar de profesionales del yoga o las artes marciales; y no olvidando a aquellos que profesan una fe no alienante. Parafraseando la Escritura, el Zen es el "invitado de la hora undécima": aparece en escena cuando el banquete ya fue servido y en parte consumido. No provee pensamiento faltante, ni siquiera el amago de un postre. Más bien remodela como un arquitecto sin fronteras, reaviva las brasas del hogar del pensamiento, estimula las estructuras de pensar que ya ostentan quienes se acercan a "la práctica".

Por todo ello el Zen no podría limitarse a ser una "escuela" (en el antiguo sentido griego de skolé). Y por ello se resiste como gato panza arriba a ser capturado por un solo "sombrero pensante" en forma de ideología o doctrina ya hechas (literalmente; "per-fectas"). Vinculado al pensar que circula en una época, el Zen se comporta como sacudidor del paradigma.

Por contra, el Zen arriesga perder su razón de ser si se conforma con ser un sistema de pensamiento ya completo. Pierde su mordiente al cerrarse sobre sí mismo (cosa que le ha ocurrido en ciertos periodos y en ciertas escuelas, datos históricos que merecerían ser tomados en cuenta con seriedad). El Zen como pensar y entender se parece mucho a un "enso", signo caligráfico que describe una curva que se empeña en ilustrar un círculo perfecto, pero que jamás lo consigue. Para el Zen, tal imposibilidad de "cerrar" constituye la garantía paradójica de un quehacer pensante nutrido de una vida que se dibuja en presente y que marca un horizonte hacia el que de modo ineluctable se dirige.

Este proyecto de vida y pensamiento que llamo "Lugar del Zen" encuentra su bandera, su logotipo, su iconografía en el gesto siempre a recomenzar del "giro" que la dinámica de la vida exige cada día a aquellos que de verdad quieren entregársele.

Alberto Silva

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