ZAZEN: ALGUIEN SE CUELGA DE LA LUNA


La práctica del Zen es muchas cosas. Un viaje cotidiano hacia la luna. Alguien colgándose de una fuente de luz. Un bailarín que circunvala sus reflejos. Un contorsionista que no teme hacer el payaso. Un inquisidor de inmensidades. Alguien que va corriendo detrás de palabras que puedan "decir" qué ocurre cuando se sienta a practicar zazen. Como en el texto que sigue: se lo mandé hace un tiempo a Nicolás Schuff para un podcast suyo.

Cada día atravieso Kioto de Oeste a Este por Shijo-dori, la calle más larga de la ciudad. Dentro del coche me encanta sentir su cuadrícula extendida sobre un plano. ¿No habré sido yo el urbanista que soñó hace doce siglos esta réplica sosegada de Pekín?

Anochece y el coche me lleva al encuentro de la luna llena, que ya se asoma un poco. Su lomo amarillo tiembla (apenas) detrás del erizo inquieto de las luces urbanas.

La luna parece que respira. Se empina con puntualidad de vecina amable. Cuando llego a Horikawa aprecio un tercio de su figura. La adivino esférica, generosa, acalorada.

Se suceden los semáforos y al pasar por Omiya comprendo que la luna terminará ocupando todo el horizonte. Como un telón. Como una madre. Como un fuego de artificio que inunda la noche. Por lo que llevo observando lunas llenas del mundo, creo que ninguna crece tanto como la de Kioto.

Recorro el barrio de las geishas, ladeo el templo Kennin-ji bajo un halo lechoso. Enfilo hacia el sur en Maruyama. Durante media hora manejo hacia las afueras, hacia la campiña oscura. Sé que la luna me cuida en silencio, siento que me entibia la nuca. Y veo que ilumina el camino a través de senderos boscosos, rumbo a pagos que bien podrían ser Siu Kiu.

Al llegar a mi casa la percibo de nuevo, alzada y vibrante en un cielo con pocas pulgas y menos estrellas. Me palpo varias veces para estar seguro de que tengo cuerpo, tan contento y liviano me siento. 

De pronto la luna se escabulle. Y sólo después de un rato se me aclaran las cosas: lo que había tomado como simple astro de ámbar y escarcha decidió meterse dentro mío. Ahora soy yo el que cobija la luna, al menos hasta que la noche acabe. 

Alberto Silva

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