ZEN Y LA PARADOJA DEL CANGREJO
La paradoja es un arte intrincado, difícil. Consagra
la genialidad de unos pocos autores que se le han atrevido. Oscar Wilde es maestro del género: en
apariencia dandy, superficial, en un
templo hubiera merecido el honor de los altares (altar budista, aclaro), como
equilibrada vía media (madhiamika) para
reconfirmar la agudeza de frases dignas de maestro: “La vida es un mauvais quart d’heure compuesto de
exquisitos momentos”.
La paradoja es arriesgada, para muchos esquiva. Con
frecuencia se degrada en algo que han llamado (Umberto Eco, por ejemplo) aforismo cancroide. Porque, ¿qué hace un
cangrejo digno de su condición? Camina presuroso de atrás para adelante y de
adelante a atrás: después de afanarse en largos recorridos, sigue plantado en
el punto de partida (¡qué animal!: no se da por aludido). Se esfuerza, mas no
avanza. Si hablaran con la misma lógica con que andan, los cangrejos se pondrían
a emitir sonidos que sólo un distraído creería lenguaje. Aplicado a lo escrito,
los aforismos cancroides son huellas leves en la arena, falsas paradojas
producto de una enfermedad de la tendencia al wit o, dicho en lenguaje rioplatense, una zoncera.
Paradójica (y vigente antes de 1948) fue por ejemplo
la definición de sionismo dada por Tristan Bernard: “un hebreo que pide
dinero a otro hebreo para mandar a un tercer hebreo a Palestina”. No admite
inversión. En cambio, si un judío (o un japonés ante los chinos, o un
independentista catalán ante los catalanes no independentistas) dice “nos
conmovemos pero no nos movemos”, igualmente podría decir “nos movemos pero no
nos conmovemos”. Y nadie notaría diferencia. O si un jubilado tomando el sol en
la esquina de mi casa declara que nuestros mayores “teniendo mucho menos, nos
dieron mucho más”, nos tienta a declarar lo inverso, que para ellos es un
secreto a voces: “teniendo mucho más, nuestros menores hoy nos dan mucho
menos”. O si un demócrata sincero afirma que “el lugar más iluminado es el
cuarto oscuro”, un practicante de Zen estaría tentado a retrucar que “el lugar
más oscuro es el iluminado”, expresando irónico asombro ante esas poco
sustentables afirmaciones. Porque la suposición de su posición (hablo del
cangrejo que se mueve y no avanza) es la de retenciones que generan tensiones y
así degeneran y dejan de regenerar lo general.
Ya he dicho que me ubico en el medio. Cabe aclarar
que el medio es lugar donde uno se topa con la ley y todo se transubstancia:
así, la ley de medios fue en su
momento el medio que encontró la ley para mediar entre los que hablan y los que
callan: parece floja esta paradoja, para dejar parado al cojo. Es que el
lenguaje comienza cuando el silencio le pone fin. ¿O lo pone afín? Ojo que
hablo en serio. Retornemos al centro: escucho decir mucho que “la izquierda
toma la calle”. A eso, el cangrejo progresista le llama legítima protesta
social o piquetes. La Vox de la derecha rancia prefiere hablar
de violencia urbana, separatismo (en el caso de Catalunya), terrorismo (el
cangrejo regresista andaluz hoy está hecho unas pascuas, pica que te pica borrando
brechas en el andar ciudadano). Esperemos que no calle la calle, que no se haga
la estrecha. Aunque últimamente se vive (en España y otros sitios) otra vuelta
de tuerca de la paradoja: no está claro qué público controla la vía pública, a
juzgar por la proliferación de voxes salidas
de boxes que remedan malolientes letrinas. Este dilema lo huele el cangrejo
pensante que calla en su rincón y asecha.
Puestos a cangrejear, agrego otro par reversible:
Historia no es más que una aventura de la libertad de la persona. Su reverso
daría: Libertad no es más que la
historia de una aventura personal. ¿Llega a darle vergüenza tanto abuso al
cangrejo de marras? Karl Kraus diría
(se me ocurre): “El cangrejo se pone colorado tras su muerte. ¡Qué digno
ejemplo de delicadeza de una víctima!”. Conviene sin embargo no hacerse
ilusiones. Parece que hay cangrejo vivo
para rato. Sólo que en pleno verano se calla la boca y oculto a la sombra
prepara su colección de reversibles
para otoño e invierno.
Alberto Silva