EN TORNO AL ZEN DEL CORAZÓN



1) HAMACADOS ENTRE LA "MENTE FRÍA" Y LA "BUENA ONDA"
Como discurso y como práctica, el camino del Zen a veces se parece a un pretil por el que uno se desliza, oscilando un poco incómodo entre dos abismos: la pura abstracción (racionalidad reseca, acartonada) y la sensiblería de la “buena onda” (emotividad superficial enervante).
Como otras personas, con los años personalmente he presenciado (a veces: experimentado) las limitaciones de “caminos” que se publicitan como “saludables”, “curativos”, “espirituales”, en todo caso “cool” y actualizados”.
HIPER-RACIONALISMO lo he conocido (en ocasiones: padecido) en escenarios muy diversos. Por ejemplo corrientes de meditación yogui conocidas como Raja Yoga (hablo de las que conocí personalmente en la India). También orientaciones psicoanalíticas que abordan a las personas procrastinando un abordaje directo del cuerpo en juegos topológicos abstractos. Sin olvidar formas hiper-teológicas de oración vocal o mental cristiana (el Credo de Nicea, por ejemplo, u otras oraciones de ese tipo que se recitan).
SENSIBLERÍA cursi y engañosa también la he visto, y la veo, con frecuencia. En ciertas formas de concepción y ejecución del Yoga Kundalini, donde parece que todo consiste en ponerse eufóricos y tirar pa’lante. O en la espiritualidad pietista de países europeos centrales (en el momento “moderno”, siglo XVIII, el pietismo constituyó una reacción inevitable ante los excesos hiper-racionalistas de la “Encyclopédie”). O en cultos energéticos de trance como la Umbanda, que desde la sociología pude estudiar en los “terreiros” brasileños. Y, ahora mismo, en un “buenismo” ambiente que prolifera en libros de auto-ayuda o en revistas de “vida sana”, a menudo prendas de señora o señor “bien”.
2) EL ZEN COMO FUENTE DE CONEXIÓN
El Zen plantea un camino que busca no ser pretil entre ambos abismos sino PUENTE DE CONEXIÓN entre dimensiones necesarias y por eso insustituibles (en el Zen, un “abismo” tenebroso acaba pasando a ser luminoso “vacío”).
- Como DISCURSO, el Zen sin duda es una “herramienta de conocimiento”. Brinda lucidez, “insight”, inteligencia práctica, amplitud de reflexión, una ingeniosa (kufu) arquitectura de pensamiento. El atractivo que despierta entre “gente de estudio” no es casual. Facilita y agiliza las cualidades necesarias para saber y entender las cosas correctamente. Con tamaño alijo, el Zen pudo “atravesar” (tung-ta) la cultura pensante japonesa del pasado. Hoy día está presente además en la obra de importantes pensadores occidentales.
- Al mismo tiempo, como PRÁCTICA, el Zen otorga “alivio y disfrute” (como dice Dôgen). El zazen va directo a la raíz donde pensamiento y emoción se juntan. Actúa como una aguja (shin) en una doble dirección. En sentido horizontal, la sastra o sastre “cosen” los retales o trozos de nuestro tejido personal, hasta volverlos parte de una unidad nueva, recreada. En sentido vertical, el acupuntor atraviesa carne y músculos hasta llegar al fondo del órgano herido, sin hacer sangre, sin amputar o interferir, sólo devolviendo la parte dañada a su funcionamiento metabólico adecuado.
3) DE CAMINO AL CORAZON
Por ambas vías (que el practicante descubre como una sola y la misma), el Zen “conduce al corazón”.
- El Zen permite arribar al recóndito DEPÓSITO DE EMOCIONES, a fin de liberarlas, hacerlas emerger e iniciar un proceso de depuración, estabilización e inter-relación. “El corazón” es el modo dôgeniano de llamarle a un sistema perceptivo-emotivo tan profundo y diverso como el humano. De una complejidad que desborda los estrechos límites y planteamientos de la mente (cuando a esta la dejamos librada, como ocurre a menudo, a su tiránica espontaneidad maniaca). El corazón es “el lugar” (ba) por excelencia de la práctica meditativa. Allí va el flujo de la respiración, a ventilar, higienizar y revitalizar. Y allí va la atención, buscando hacer presente aquello que John Cage denominaba (en la estanqueidad perfecta de la “cámara anecoica” de la Universidad de Harvard, allá por 1953) “el sonido bajo del silencio”. La experiencia de la meditación sentada (zazen) es clara en este sentido: quien llega a escuchar su silencio alcanza la paz que allí lo está esperando, fruto de una reconciliación que se opera cada vez en uno mismo.
- El Zen lleva igualmente al espacio y al tiempo del “vacío” (ku), en el cual se produce según Dôgen la "visión” (gen). Como en este campo circula bastante fábula y tontería, mejor aclarar algunas cosas. Zen es “conocer” (satoru), vale decir comprender de modo expandido, propio de la conciencia ampliada. Ninguna visión psicodélica, ningún estado paranormal. Simplemente percepción aguda y en tiempo real de aquello que sucede, que nos sucede. La repercusión del zazen es espectacular en lo que se refiere a captación intelectual de las cosas. No me refiero de ninguna manera sólo al análisis de textos o a su redacción. El Zen opera igualmente en el caso de lenguajes no verbales, por ejemplo plástica, música, danza, dramaturgia, caligrafía y un largo etcétera. En todos esos procedimientos también está presente “el corazón”. Porque, para Dôgen, el conocimiento educido del Zen es sangaku, un “estudio” que sólo lo es de verdad cuando se alían o congenian (gracias a la meditación sentada) los impulsos sensitivos y emotivos con los racionales. De modo que dicho conocimiento global adquiere el espesor y el vigor de algo que está respaldado por todas las dimensiones de la persona.

Alberto Silva

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