MASCULINO, FEMENINO


APUNTE SOBRE LA PECULIARIDAD DEL ZEN

1) ¿EXISTE ALGO QUE PUEDA SER CONSIDERADO “REALIDAD”?
Hay en el Zen un concepto clave: KATTÔ ("entrelazamiento de lianas"). Eihei Dôgen (Kioto, siglo XIII) lo alzó al rango de clave explicativa de lo que algunos denominan "realidad": las personas, como destellos o partículas de ella (sea esta lo que sea); las relaciones entre lo interior (por llamarle de forma resbalosa a lo íntimo) y lo exterior (personas, animales, cosas); así como el contacto (ojalá veraz y productivo) que mujeres y hombres podrían establecer para disfrutar sus vidas.
Ni por un momento Dôgen piensa que podamos satisfactoriamente definir o agotar lo que suelen considerar “real". Se limita a abordarlo a través de datos y manifestaciones del ámbito humano, sacando partido de su materialidad e inmediatez: cuerpo, mente, emoción y lenguaje. Sólo que, por ser “transfinito” (en términos cantorianos, una dimensión que supera el orden natural), lo real humano resulta en buena parte incognoscible (aunque “lo llevamos pegado a los talones”, dice Lacan). Para referirse al "ser humano", con laconismo provocador Dôgen le llama ESO. "Eso" es lo que somos. Sin más. Desde su háiresis, busca desmarcarse de la escolástica budista. Y a los demás nos pide hacer lo propio con cualquier skolé que tengamos a mano.
2) KATTÔ
En el tema de Kattô (igual que en tantos otros) Dôgen se aparta de la vulgata budista tradicional. Como en el Sermón del Monte, en diversos momentos Dôgen podría afirmar: "Les fue dicho...Pero yo les digo...". Porque Kattô no es sólo maraña, lío, embrollo, oscuridad, confusión, según insisten algunos sutra. Kattô es también, de forma necesaria y complementaria, la otra cara de la luna: conexión, enlace, hondura, interdependencia. El Zen, para Dôgen, se ofrece como herramienta teórico-práctica que brinda libre acceso a un sistema vital más inclusivo y complejo. No como mera "idea", sino corporizándolo. Entonces Kattô es bandera del DISCURSO de unificación del individuo y a la vez PRÁCTICA de superación del dualismo.
La “claridad” (aclaración, luz, iluminación, satori) que persigue el Zen practicado (zazen: “meditación sentada”) Dôgen la plantea desde su percepción del evento contemplativo. Este eclosiona y explicita una experiencia previa, la humana común, esa a la que cualquiera puede acceder si cumple las debidas condiciones.
La claridad brinda una imagen perfecta de Kattô: hilos de luz se entrelazan o cruzan con rayones de sombra. Al principio, al medio y al final de todo camino meditativo. Nirvana y samsara muestran las dos caras de la luna. Y esa luna está/es cada uno de nosotros, reflejando luces y sombras recibidas. La práctica del zazen deja claro que absorbemos resplandores y eclipses emitidos desde nuestro propio oficio de vivir. La luna (tsuki) ilustra bien el Kattô del Zen. Es “reflexión”, en un sentido doble: clarificación personal del discurso y la vida corrientes; devolución de aquello que al torrente vital habíamos aportado, algo siempre variopinto.
3) INTERDEPENDENCIA
Kattô implica que todo lo que soy encuentra reflejo en el mundo exterior y me refleja en él. Y que todo lo que doy me será retornado, de una forma o de otra. No sólo lo descarriado y obscuro; también lo claro y distinto. Lo dado me es devuelto, pero sin revancha: Kattô es “giro” (ten), dinamismo constante. No hay venganza cósmica ni justicia ciega con rigor de metal. La imagen de la balanza no tiene que ver con Kattô. Una representación más correcta es la red de pesca (ami), que recoge según un criterio establecido (extensión de la malla) y a la vez permite a lo vivo circular entre los huecos de su retícula.
El impulso de vida (shin) el Zen no lo comprende si no es en trabazón con las coordenadas materiales (in.nen) del individuo. Estas son herencia inevitable y condición sine qua non para que lo humano aprenda a manifestarse. Yo no soy yo sin mi circunstancia, podríamos glosar. Ese “entorno” está compuesto de personas, naturaleza, ideas y sentimientos, amén de un zeitgeist o espíritu de época. El juego del Zen consiste en desarrollar modos de entrelazamiento y unificación de aquello que la tradición del Oeste alcanza a explicar como facetas cercanas, si, pero que las más de las veces excluyen el hecho de que unas se filtran, se infiltran, en otras. Así, por falta de elasticidad y “surfeo” pensante, en individuos y culturas queda instalado el mecanismo del “par de opuestos”: yo/mundo, lo humano/lo animal, lo vivo/lo inerte, nature/culture, hombre/mujer.
Recordemos la reflexión de Karl Popper: no es necesario abonarse explícitamente a una filosofía para acabar siendo “pensado” desde esas coordenadas ajenas. Nuestro comportamiento práctico, concluye, está “anegado de teoría”. Vivimos sumidos en un paradigma, nos recuerda Thomas Kuhn: en él “vivimos, nos movemos y existimos”, retomando con respeto los Hechos de los Apóstoles.
Nos movemos según un paradigma dualista, siendo que, para Dôgen, el dualismo es construcción de la mente y no un hecho falsable. Por eso, a “la barre” que separa Dogên le antepone la conjunción ilativa “Y”. Si describimos esta situación con las “palabras gastadas” de nuestra tradición, el resultado parece galimatías, dado que dichas palabras se limitarán a explicitar argumentos, resortes vencidos, incapaces de dar cuenta de lo que vivimos.
De modo curioso, el error a veces se lo adjudican a la insistencia anti-dualista del Zen. Piensan que enreda las cosas al no reconocer lo distinto como forzosamente opuesto y al negar con tozudez el carácter perenne de lo que a menudo nos llega como contradictorio.
4) "HOMBREMUJER"
Lo que ocurre a nivel individual se replica en las relaciones sociales. Cuando el Zen se mete en nuestra reflexión como discurso demanda un cambio, un giro (ten) de la perspectiva, una modificación de términos para designar qué queremos decir. En el caso de las relaciones entre “hombre” y “mujer”, más pronto que tarde el Zen plantea revisar la determinación, construcción y uso social de los "géneros". A fondo.
El Zen se inclina, como vimos, por la interdependencia. Es más: apuesta por el reconocimiento y la reconstrucción de ambos géneros en cada persona: somos hombremujer. No lo hace a partir de una doctrina o creencia sino basándose en lo que permite atestiguar la propia observación, agudizada en el zazen. Con mente y corazón abiertos por la práctica de la meditación sentada, “lo masculino” Y “lo femenino” se sienten amparados, reconocidos e integrados en aquel/aquella que se ausculta. por vía de consecuencia, dichos rasgos se vuelven discernibles como simultáneos en personas de otras condiciones genéricas.
Si se atiende a la estadística, ambos géneros coexisten en cada persona, con tendencia a acentuar rasgos que remiten al sexo biológico de nacimiento. A partir de allí, las tendencias internas y las circunstancias externas permiten desarrollar y reorientar la herencia biológica inicial, según mezclas y graduaciones diversas.
Así, para el Zen no hay “guerra de sexos”, ni “taming of the shrew”, ni “bondage”, ni “homofobia”, ni “chick power”, ni “éternel féminin”. En cambio estima que hay un asunto urgente a resolver en favor del bienestar y crecimiento de cada uno de los géneros. La buena relación.
5) COL(AB)ORACIÓN
Cuando hombre y mujer emprenden una relación, una amistad, una tarea, una vida compartida, merecen llegar a reconocerse como pares, cómplices, colaboradores. Se sienten capaces de “extraer” de la otra, del otro, algo de lo que ella y él atesoran. Tal como cabe plantear desde el Zen, en esas condiciones las afinidades se vuelven frecuentes, fructíferas.
Para detectarlas, sin embargo, es necesario aprender a mirar “por debajo” de las etiquetas culturales y sociales. Tanto las que fijan roles (caso muy visible en sociedades “tradicionales”, o en sectores atrasados de la población), como las que (en sociedades supuestamente “modernas”) los derriban, si lo que están buscando es sólo ocupar el sitial del oponente. A veces el esclavo asume el discurso del amo, nos sigue recordando Hegel. Y un esclavo o esclava pueden (¿suelen?) repetir los consuetos errores del odiado/amado amo. Buscando por ejemplo en el “empoderamiento” femenino algo vengativo, que trata de sojuzgar a la detestada (con justa razón) dominación masculina. O reclamando la vuelta a ciertas tradiciones que, bien miradas, de forma solapada o abierta siguen discriminando, como solían, al mundo femenino.
A la homofobia y el machismo el Zen los combate desde una percepción inclusiva de los numerosos y complejos factores que determinan, en cada persona, su “coloración” de género. En ese sentido el Zen es feminísimo, pero no podría limitarse a ser feminista. O tal vez podría decirse que practica un feminismo tolerante y libertario, simpatizante del lgtbi. Pero, ¿cuánto valen estos términos?; y sobre todo, ¿quién es digno de portarlos?
Vistas las cosas desde el Zen, entre hombre y mujer deja de haber guerra para iniciarse una fecunda coparticipación. Por lo que, además, y no es dato menor, la persona permeada por la meditación sentada pasa a entender mejor múltiples manifestaciones de la paleta de tonalidades de género que la gente adopta, más allá de lo inicial y estrictamente considerado “masculino” o “femenino”.

Alberto Silva



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