DESEAR EL ZEN 96

Cuando aprendemos a observarnos, ¿con qué nos encontramos?: buena parte de lo que contenemos es caos y oscuridad, humores vaporosos, desorden, dispersión. Una constatación del tipo que describo ocurre en cada comienzo de un proceso vital, por ejemplo al aprestarse a meditar: lo vivo bulle dentro nuestro como gérmenes húmedos, tibios, henchidos de potencialidad; pero con modales a menudo muy poco presentables o justificables. Más que poner orden , el Zen practicado permite entrelazar lo que encontramos en ese momento (a menudo viscoso, oscuro, pestilente o demasiado aromático) con otra cosa, que también estaba en nosotros (aunque no la advirtiéramos): chorros de luz fresca, diáfana y seca que, a base de ejercicio, consiguen manifestarse, reforzando a la persona que practica. Las sombras nunca desaparecen. Es más: de producirse un predominio exagerado de la luz (pasando de explosión circunstancial a foco encendido permanentemente), cabría entender q...